Lucharon contra tiburones durante días: la increíble batalla por sobrevivir tras el hundimiento del USS Indianapolis
Ocho décadas después, el recuerdo del hundimiento del USS Indianapolis sigue resonando como uno de los episodios más estremecedores de la Segunda Guerra Mundial. Lo que parecía el regreso tranquilo de una misión ultrasecreta, terminó siendo el peor desastre marítimo en la historia de la marina estadounidense, con cientos de vidas perdidas y un relato de supervivencia que aún conmueve.
El 30 de julio de 1945, en plena noche, el USS Indianapolis cruzaba el Mar de Filipinas. Había cumplido recientemente una misión altamente confidencial: entregar componentes esenciales para la bomba atómica que días después sería lanzada sobre Hiroshima. Tras cumplir el encargo con éxito, la embarcación navegaba rumbo al Golfo de Leyte. A bordo, los marinos se relajaban tras días intensos, sin saber que estaban a punto de enfrentar una de las más grandes tragedias navales de su nación.
Apenas pasaban los primeros minutos del día cuando el submarino japonés I-58, al mando del capitán Mochitsura Hashimoto, divisó al crucero estadounidense. En cuestión de segundos, disparó varios torpedos. Dos impactos bastaron para causar un daño fatal. En tan solo 12 minutos, el buque se hundió. De los 1.196 tripulantes, alrededor de 300 se fueron a pique con la nave. Los 900 restantes quedaron flotando en mar abierto, sin suficientes botes ni chalecos salvavidas.
Al amanecer, los sobrevivientes intentaron reagruparse y esperaron, confiados, que el rescate no tardaría. Sin embargo, pasaron cinco largos días antes de que un avión patrullero detectara, casi por casualidad, a los náufragos. El calor abrasador del día, el frío nocturno, el hambre y la sed se convirtieron en enemigos diarios. Muchos bebieron agua salada, lo que aceleró su deterioro físico y mental. La situación se volvió más crítica cuando tiburones comenzaron a rondar los grupos, dejando un saldo de numerosas víctimas cada día.
En medio del caos, algunos hombres comenzaron a sufrir alucinaciones y comportamientos erráticos, resultado de la deshidratación y el estrés extremo. Los relatos de quienes lograron sobrevivir coinciden en describir esos días como un verdadero infierno en el mar.
Finalmente, el 2 de agosto, el piloto Chuck Gwinn avistó a los náufragos. Pronto llegaron refuerzos para rescatar a los que aún resistían. Solo 317 marinos lograron salir con vida del océano. El resto sucumbió al hambre, el sol, las heridas, o los ataques marinos.
La historia tuvo una segunda tragedia: el comandante del barco, Charles McVay, fue sometido a una corte marcial, convirtiéndose en el único oficial de la Armada estadounidense juzgado por el hundimiento de su nave durante la guerra. Fue acusado de no navegar en zigzag, una estrategia defensiva contra submarinos. Sin embargo, incluso el propio comandante japonés que lo atacó testificó que eso no habría cambiado el resultado.
McVay fue finalmente exonerado décadas después, pero vivió el resto de sus días con el peso del desastre. En 1968, afectado por la pérdida de su esposa y con un historial depresivo, se quitó la vida. En su mano sostenía un pequeño soldadito de juguete.
Hoy, 80 años después, solo sobrevive un tripulante del Indianapolis: Harold John Bray, de 98 años. En un gesto de humanidad y reconciliación, escribió en 2023 una carta a Kunshiro Kiyomizu, el último sobreviviente del submarino japonés que los atacó. La respuesta del veterano nipón no tardó: ambos expresaron su deseo de paz y su voluntad de honrar la memoria de los caídos, dejando atrás los horrores de la guerra.
Este episodio no solo recuerda una de las mayores tragedias navales del siglo XX, sino que también pone en valor la resiliencia humana, la reconciliación y el respeto por quienes entregaron su vida en circunstancias extremas. Una historia que, aún después de ocho décadas, sigue enseñando.