Medinaceli, la joya soriana con el arco romano más espectacular y una trufa de fama mundial

En el corazón de Soria, existe un lugar que parece haberse detenido en el tiempo, anclado en una esencia que resiste al paso de los siglos. Se trata de Medinaceli, una villa majestuosa y serena, ubicada a más de 1.200 metros de altitud, que encarna el espíritu de la eternidad. El poeta Gerardo Diego la describió como una “ciudad del cielo”, no solo por su ubicación privilegiada, desde donde se contempla un paisaje casi infinito, sino también por la atmósfera de quietud que la envuelve. La villa se alza sobre una colina, como un centinela de piedra que guarda historias, leyendas y un patrimonio cultural inigualable.

Su nombre proviene del árabe Madinat Salim, es decir, “Ciudad de Salim”, una evocación de su pasado andalusí. Durante siglos, fue testigo de encuentros entre culturas, guerras, conquistas y episodios legendarios. Hoy, Medinaceli sigue recibiendo al visitante con los brazos abiertos, dispuesta a revelar sus secretos a quien desee descubrirlos sin prisas.

Uno de los primeros grandes encuentros del viajero con esta villa es el Arco Romano, una imponente estructura de triple arcada, única en España. Este monumento, erosionado por el tiempo y los elementos, actúa como una puerta simbólica a otro mundo, a una villa que se descubre mejor caminando despacio, perdiéndose por sus callejuelas adoquinadas que serpentean entre casas de piedra y tejados rojizos.

Un cruce de caminos en la historia

Medinaceli ha sido desde tiempos antiguos un punto estratégico. Los celtíberos se establecieron en las cercanías en un asentamiento llamado Occilis. Más tarde, los romanos fundaron una ciudad amurallada en el cerro que hoy ocupa la villa actual. En la Edad Media, fue capital de la Marca Media andalusí, una frontera viva entre los reinos cristianos e islámicos.

Aquí, según la tradición, murió Almanzor, el gran caudillo musulmán, tras regresar gravemente herido de su última campaña en el norte de la península. La leyenda cuenta que fue enterrado junto con sus tesoros cerca de la villa. Medinaceli también se menciona en el Cantar de Mio Cid como uno de los lugares atravesados por Rodrigo Díaz de Vivar durante su destierro. En su biografía más antigua, Historia Roderici, se relata incluso un duelo singular entre el Cid y un guerrero musulmán, otra muestra del papel protagónico que jugó este lugar en la historia medieval.

Hoy forma parte del Camino del Cid, una ruta cultural que traza las huellas del caballero por la geografía española y revive la épica medieval a través de castillos, iglesias y antiguos caminos.

Patrimonio que desafía al tiempo

Además del Arco Romano, Medinaceli guarda otros tesoros de piedra que han resistido los siglos. La Fuente de la Canal, con sus antiguos conductos, sigue vertiendo agua como lo hacía hace dos mil años. También se han hallado mosaicos romanos, como el que apareció en la plaza de San Pedro en el año 2000 y que aún puede contemplarse protegido por una estructura moderna. Este mosaico, que decoraba una lujosa domus, presenta motivos geométricos y figuras simbólicas, como escudos y cascos.

Las antiguas murallas, que rodeaban la villa, suman 2.400 metros, aunque en la actualidad solo quedan tramos conservados. Parte de ellas encierran el castillo, construido sobre la antigua alcazaba musulmana y que después fue residencia de los condes de Medinaceli. Hoy, el castillo alberga el cementerio del pueblo, un lugar desde el cual se obtienen impresionantes vistas, especialmente al atardecer.

La Plaza Mayor es el núcleo vital de la villa, rodeada de edificios históricos. Allí se levanta el Palacio Ducal, un edificio renacentista de los siglos XVI y XVII, diseñado por Juan Gómez de Mora. Hoy acoge el centro Medinaceli DEARTE, con más de 400 obras de arte contemporáneo de artistas como Abel Cuerda y Sven Inge. En su interior también se exponen restos arqueológicos, como un hermoso mosaico del siglo II d.C.

Muy cerca del palacio se encuentra la Alhóndiga, edificio civil del siglo XVI, que combina funcionalidad con elegancia. Su planta baja servía para la venta de grano y alimentos, mientras que en la planta superior se reunía el Concejo.

La iglesia colegiata de Nuestra Señora de la Asunción, de estilo gótico tardío, fue levantada en el siglo XVI cuando se unificaron las antiguas parroquias del municipio. En su interior se encuentra la venerada imagen del Jesús de Medinaceli, destino de peregrinación y devoción.

Otro punto que merece una visita es la Puerta Árabe o del Mercado. Aunque su nombre evoque la presencia musulmana, sus orígenes se remontan a época romana. Fue durante siglos una de las entradas principales a la villa y punto habitual de ferias y mercados.

La trufa, el tesoro escondido

Medinaceli no solo destaca por su patrimonio arquitectónico e histórico. Su gastronomía también brilla, con especial mención a la trufa negra, conocida como el “diamante de la cocina”. Bajo los encinares de la comarca, este hongo de aroma intenso y sabor profundo encuentra el entorno perfecto para desarrollarse. La provincia de Soria, de hecho, produce alrededor del 30% de toda la trufa negra española, y Medinaceli y sus alrededores son una de las zonas más reputadas.

Uno de los embajadores de este producto es Jorge Regaño, truficultor de Radona, a pocos kilómetros de la villa. Su labor ha sido reconocida recientemente, cuando en febrero ganó el premio a la Mejor Trufa del Mundo en la feria Trufax, celebrada precisamente en Medinaceli. Durante la temporada de recolección (de noviembre a marzo), Jorge organiza experiencias en su finca, donde los visitantes pueden asistir a demostraciones con perros truferos y disfrutar de degustaciones.

Brus, su perro más veterano, es capaz de detectar trufas enterradas a más de 40 centímetros de profundidad, convirtiendo la búsqueda en un espectáculo que combina tradición, naturaleza y gastronomía.

El restaurante Duque, próximo a la estación, es otro referente culinario. Durante los meses de enero y febrero, ofrece un menú trufero de nueve platos que rinde homenaje a este producto estrella. El resto del año, su carta apuesta por una cocina innovadora con ingredientes locales.

Tesoros en los alrededores

A menos de 40 kilómetros de Medinaceli se encuentra otro lugar cargado de historia y espiritualidad: el monasterio de Santa María de Huerta. Fundado por Alfonso VIII en 1179, este edificio cisterciense reúne distintos estilos arquitectónicos y acoge hoy a una comunidad de monjes que sigue viviendo según la regla de san Benito.

Su refectorio es uno de los mejor conservados de toda España, y la hospedería anexa permite a los visitantes disfrutar de unos días de retiro espiritual, en contacto con la paz que emana de sus muros y jardines.

 

Medinaceli es más que un pueblo bonito; es un lugar que respira historia, arte y sabor. Caminar por sus calles es recorrer siglos de memoria viva. Contemplar el atardecer desde su castillo o descubrir el aroma de una trufa recién desenterrada son experiencias que quedan grabadas para siempre. En esta villa soriana, cada rincón ofrece una lección del pasado y una celebración del presente. Ideal para una escapada cultural, gastronómica o espiritual, Medinaceli invita a abrir los sentidos y dejarse llevar.