Ocyá: el secreto mejor guardado de Barra da Tijuca
En el corazón de Barra da Tijuca, uno de los barrios más conocidos de Río de Janeiro, existe un rincón que aún guarda el encanto de lo oculto y lo sorprendente: la Ilha Primeira. Parte de un pequeño archipiélago casi desconocido incluso para muchos cariocas, esta isla parece detenida en el tiempo. Allí, rodeado de aguas tranquilas, manglares, árboles centenarios y sonidos de la naturaleza, se encuentra Ocyá, un restaurante que redefine el concepto de cocina de mar y transforma la experiencia gastronómica en algo profundamente sensorial y espiritual.
El acceso al restaurante ya anticipa que estamos frente a una propuesta diferente. Para llegar, no se entra por una calle ni se estaciona cerca: se embarca. Desde el Shopping Barra Point o desde la estación de metro Jardim Oceânico, se toma una pequeña lancha que, en pocos minutos, navega los canales que serpentean entre las islas de la región. Es un trayecto corto, pero suficiente para desconectarse del ritmo urbano. Al acercarse, lo primero que se distingue es una casa azul de madera, sencilla pero encantadora, rodeada de agua por todos lados. Al desembarcar, el ambiente se transforma: el sonido de los motores queda atrás, y lo que domina es la paz.
Las mesas de Ocyá se distribuyen entre un pequeño salón interno y una terraza al aire libre. Desde cualquier lugar, la vista es un espectáculo natural: garzas y otras aves sobrevuelan los alrededores, capibaras se dejan ver nadando a pocos metros, y la vegetación enmarca el lugar con un verdor que abraza. El entorno no solo es fotogénico; es profundamente contemplativo. Este no es un restaurante para comer y marcharse: es un refugio, un espacio para detenerse y reconectar.
En el interior, el ambiente es íntimo y cálido. La decoración mezcla lo rústico con lo artístico: hay cuadros pintados por la madre del chef y esculturas y piezas de cerámica hechas por él mismo. La cocina está parcialmente abierta, lo que permite ver al equipo en acción, y una cámara de maduración de pescados, visible para los comensales, confirma que aquí la cocina no es solo ejecución, sino también ciencia e innovación.
El alma detrás de Ocyá es Gerônimo Athuel, un chef que no solo cocina: también pesca, bucea y conversa con quienes viven del mar. Nacido en São Paulo pero criado entre Minas Gerais y Espírito Santo, Gerônimo tuvo desde muy joven una conexión especial con el océano. En su adolescencia, vivió en Vitória, donde pasó largas jornadas junto a pescadores del Píer Iemanjá. Allí no solo aprendió a reconocer las especies y a respetar los ritmos del mar, sino también a entender su valor más allá del mercado. Este contacto directo con la cultura pesquera marcó para siempre su forma de cocinar y concebir la gastronomía.
Tras formarse en cocina profesional y viajar por América Central, Gerônimo regresó a Brasil, donde trabajó en cocinas reconocidas de Belo Horizonte y Río de Janeiro. Sin embargo, fue en la Ilha Primeira, un lugar que descubrió por casualidad mientras navegaba por los canales de la vecina Ilha da Gigoia, donde encontró el espacio perfecto para materializar su visión. Así nació Ocyá, en 2022. Un año después, su proyecto se expandió con una segunda sede en el barrio de Leblon, pero fue en esta isla donde todo comenzó.
El nombre Ocyá significa “agua buena” en idioma yoruba, un guiño a las raíces africanas de la cultura brasileña y a la conexión espiritual con el mar. Y esa idea de “agua buena” se manifiesta en cada rincón del restaurante: en la frescura de los ingredientes, en la fluidez de la atención, en la armonía entre naturaleza y técnica.
Más allá del restaurante, Ocyá es también un laboratorio. Gerônimo lleva adelante un proyecto pionero de maduración de pescados, en colaboración con la Universidad Federal Fluminense (UFF), donde experimenta con tiempos, temperaturas y técnicas inspiradas en métodos japoneses pero adaptados a especies locales. Lejos de centrarse solo en pescados de alto valor comercial, busca rescatar especies poco apreciadas —como el bonito, la ubarana o la sororoca— que suelen ser descartadas o vendidas a precios bajos. A través de procesos cuidadosos de maduración en seco, estas especies revelan sabores profundos, texturas suaves y una riqueza umami que sorprende.
Esta filosofía de aprovechamiento integral del pescado también se refleja en la carta. Aquí no se desperdicia nada. Desde los cortes nobles hasta las partes menos convencionales, todo se transforma en platos creativos y sabrosos. Uno de los imperdibles es el filete de pescado madurado a la brasa, con piel crujiente, acompañado de un alioli de perejil fresco. Otro, el chorizo artesanal de pescado, condimentado con especias suaves y servido con cebolla asada: un ejemplo de cómo reinventar la cocina de mar con identidad propia.
También destacan el calamar relleno con tomate, cebolla y albahaca —de sabores mediterráneos pero con toques brasileños—, y el pulpo a la brasa con mayonesa de kimchi, donde la fusión de culturas se siente equilibrada y potente. Cada plato se presenta de forma sencilla pero cuidada, sin artificios innecesarios: aquí el producto es el protagonista.
La carta de bebidas no se queda atrás. Hay una selección de cócteles autorales diseñados para acompañar los sabores marinos, muchos de ellos elaborados con frutas tropicales, hierbas frescas y destilados brasileños. También hay vinos naturales y cervezas artesanales, que refuerzan la apuesta por lo sustentable y local.
Pero lo que realmente distingue a Ocyá no es solo lo que se sirve en el plato o en la copa, sino el espíritu que atraviesa toda la experiencia. Aquí no se trata solo de comer bien, sino de participar de una propuesta donde el respeto por el mar, la sostenibilidad, la innovación y el arte se funden. Es un lugar donde cada detalle —desde el trayecto en barco hasta la música ambiente, pasando por el trato cercano del personal— parece pensado para invitar a la pausa, a la conexión y al disfrute profundo.
En un mundo donde lo exclusivo suele estar ligado al lujo ostentoso, Ocyá propone otra idea de exclusividad: la de lo simple, lo natural, lo auténtico. Esa es su verdadera riqueza. Y tal vez por eso, quienes lo descubren no solo vuelven, sino que lo recomiendan en voz baja, como quien comparte un secreto valioso.