Preocupación por la velocidad en la que colapsó un glaciar de la Antártida
El glaciar Hektoria, ubicado en la península antártica, protagonizó uno de los eventos más llamativos registrados en el continente blanco en las últimas décadas. En apenas dos meses, entre noviembre y diciembre de 2022, perdió más de ocho kilómetros de hielo, un retroceso diez veces superior al que suele observarse en glaciares apoyados sobre tierra firme. La velocidad del colapso llamó la atención porque superó ampliamente el comportamiento habitual de estos gigantes helados, que suelen moverse con lentitud y retroceder algunos cientos de metros por año.
Este cambio abrupto se detectó durante un análisis que abarcó más de dos décadas de información satelital. Las imágenes recopiladas entre febrero de 2002 y agosto de 2023 permitieron reconstruir la evolución del glaciar, que inicialmente tenía una superficie cercana a los 115 kilómetros cuadrados. En el corto período estudiado, esa superficie se redujo prácticamente a la mitad, revelando una pérdida de hielo extraordinaria para tan poco tiempo.
¿Cómo se identificó el colapso?
La investigación se inició con otro objetivo: comprender por qué el hielo marino cercano al Hektoria se estaba separando de la masa principal una década después del colapso de una plataforma flotante ocurrido en 2002. Al analizar cientos de imágenes satelitales, los equipos detectaron un cambio repentino en la forma y el tamaño del glaciar a fines de 2022. La evidencia mostraba que el hielo no solo estaba retrocediendo, sino que se estaba fragmentando y desplazándose hacia el océano en grandes bloques.
El sobrevuelo realizado en 2024 confirmó visualmente lo que las imágenes satelitales habían mostrado meses antes. Desde el aire se apreciaba una zona extensa donde antes había una superficie continua de hielo y que ahora parecía un paisaje completamente fracturado. La ausencia de aquella masa sólida dejó al descubierto un terreno que había permanecido cubierto durante siglos.
Para comprender por qué el glaciar se desplomó de manera tan acelerada, es fundamental observar la base sobre la que se asentaba. A diferencia de los glaciares que están sostenidos por elevaciones subterráneas, montañas o cañones profundos, el Hektoria reposaba sobre una llanura de hielo, es decir, una extensión plana de roca situada por debajo del nivel del mar.
Las llanuras de hielo son particularmente vulnerables. Al no contar con irregularidades que funcionen como puntos de sujeción, estos glaciares dependen completamente de la estabilidad de su base. Cuando esa base pierde integridad o sufre cambios bruscos, enormes secciones del hielo pueden deslizarse hacia el océano sin demasiada resistencia. Esto explica por qué el retroceso del Hektoria fue tan rápido y tan difícil de detener una vez iniciado.
Este tipo de configuración no es exclusiva del Hektoria. En varias regiones de la Antártida existen glaciares apoyados sobre estructuras similares, lo que aumenta la preocupación sobre su estabilidad futura. Cualquier debilitamiento en estas zonas podría desencadenar colapsos comparables, con impacto directo en el nivel del mar.
Un desprendimiento impulsado desde el interior
Aunque suele relacionarse el retroceso de los glaciares con cambios en la temperatura del océano o del aire, en este caso la dinámica fue distinta. La desestabilización estuvo impulsada por un proceso interno: el desprendimiento acelerado dentro de la llanura de hielo. Las fracturas que comenzaron a formarse en la base se extendieron hacia arriba, debilitando grandes bloques que finalmente se separaron.
Este comportamiento es similar al de un vidrio que se agrieta desde un punto de tensión y, en cuestión de segundos, expande las fisuras por toda la superficie. En el glaciar, las grietas se intensificaron a medida que enormes fragmentos quedaban flotando. Una vez en esa condición, las fuerzas del océano comenzaron a actuar con mayor intensidad, empujando y girando los bloques como si fueran piezas de un rompecabezas en desorden.
La historia geológica también respalda este fenómeno. Durante el último máximo glacial, hace entre 15.000 y 19.000 años, se registraron retrocesos extremadamente rápidos en glaciares asentados sobre llanuras de hielo. Se sabe que en aquel período algunas masas retrocedieron cientos de metros por día, un comportamiento que coincide con la dinámica observada en el Hektoria.
El papel de los movimientos sísmicos
Además de la vulnerabilidad propia de la llanura, varios terremotos registrados bajo la zona contribuyeron al colapso. Las vibraciones liberadas por los movimientos sísmicos aceleraron la expansión de las fisuras internas del glaciar, rompiendo la continuidad del hielo desde abajo. Este proceso permitió que grandes secciones quedaran sin apoyo y, al mismo tiempo, facilitó que las fracturas superficiales terminaran uniéndose con las internas.
Una vez que la mitad de la superficie del glaciar quedó en estado flotante, la desintegración se intensificó. El movimiento del océano abrió aún más las grietas y provocó que los bloques se alejaran rápidamente, completando el proceso de fragmentación en un lapso sorprendentemente breve.
Consecuencias para el nivel del mar
El comportamiento del Hektoria tiene una relevancia global. Cuando un glaciar apoyado sobre tierra pierde hielo, el agua que ingresa al océano incrementa su volumen total. Esto no ocurre con el hielo flotante, que ya forma parte del nivel del mar. Por esa razón, cada colapso de un glaciar terrestre contribuye directamente a la subida del agua en las costas.
El caso del Hektoria funciona como alerta para otras regiones polares. Si glaciares más grandes y con características similares experimentaran retrocesos comparables, el impacto podría ser mucho más significativo. La evolución del nivel del mar en las próximas décadas dependerá en parte de la velocidad con la que estas masas heladas respondan a los cambios geográficos, climáticos y sísmicos de la región.
El colapso del Hektoria se convirtió en uno de los retrocesos más drásticos registrados recientemente en la Antártida. Su velocidad, su magnitud y las condiciones que lo desencadenaron ofrecen información clave para anticipar cómo podrían comportarse otros glaciares vulnerables. El seguimiento satelital constante, junto con la comparación de patrones históricos, será esencial para proyectar qué zonas podrían enfrentar procesos similares.
Este episodio también demuestra que los glaciares no evolucionan de manera lineal. Pueden permanecer estables durante años y luego experimentar retrocesos repentinos cuando se combinan factores de inestabilidad. Comprender estas señales será fundamental para evaluar los riesgos asociados al aumento del nivel del mar y para planificar cómo enfrentar sus consecuencias en los próximos años.



